M.

Fue demasiado rápido para soportarlo. La fama, las mujeres, la popularidad. La primera vez que M. chutó un gol fue una especie de milagro que lo llevó a la cima en menos de 10 segundos. Nadie se lo esperaba. Esquivó a tres del equipo contrario y marcó con una chilena. Fue un martes. Tenía seis años.
Sus piernas eran una especie de máquina sobrenatural. Le apodaban el «Rayo» por lo rápido que se movía. Después de aquel día en el recreo del colegio, M. supo que su vida había cambiado. Ya no tendría que estudiar, su vida sería más fácil, no tendría que caer bien a nadie, la gente pelearía por juntarse con él. Sería futbolista y de los más grandes, superaría a Maradona y a Pelé.
Así empezó M. una carrera en el mundo del fútbol, de la fama y de la perdición. Los cazatalentos lo vieron. Los mejores clubes se peleaban para tenerlo en la cantera. Las niñas que no le hablaban en el colegio por creer que era feo ahora lo perseguían y querían acompañarlo a sus viajes dentro y fuera del país. Era el más popular de la escuela. De repente hacía comerciales para las mejores marcas deportivas y comía con otros igual de famosos que él.
Sus padre renunció al trabajo, su madre se compraba la mejor ropa y su hermana mayor por fin se sentía orgullosa de él. El «Rayito» les había resuelto la vida. Ya no tenían que sufrir más, M. tenía una fortuna en la pierna derecha y nadie le iba a impedir triunfar.
Sólo la máldita suerte se interpuso en su camino. Sentía un dolor en el pie derecho. En la uña. Estaba enterrada. Pero por tratarse de una uña, lo ignoró durante meses hasta que un día no pudo más. La uña se había incrustado hasta el fondo de su dedo y había causado una pequeña infección, con el tiempo creció y terminó en gangrena. Tuvieron que cortarle el dedo.
M. no lo podía creer. Su familia tampoco. Agradecían que todo estuviera bien y no fuera peor. Podría jugar al fútbol sin un dedo.
Pero no fue así. En menos de un año todo se acabó. No podía correr tan rápido. Ya no sabía hacer chilenas. Empezó a perder partidos. Ya era sólo un futbolista más entre cientos de profesionales. Con esa uña M. perdió lo que le hacía especial. Las chicas se fueron, las marcas también y el siguiente año, el club que había cambiado su vida, lo echó por un jugador más joven que tenía todos los dedos de los pies. Mario Vázquez Molina dejó su carrera como futbolista a los nueve años.

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